La seducción y sus engaños


Existe una gran cantidad de mitos alrededor de la ciencia de la seducción. Una ciencia, que como toda ciencia social, no es exacta pero nos provee de innumerables elementos para actuar con más solidez, conocimiento y seguridad en un terreno en el cual no hemos recibido prácticamente ninguna instrucción. Como afirma Martín Rieznik, “que exista la psicología no quiere decir que todas las personas sean iguales y actúen de la misma forma, sino que existen determinados patrones de comportamiento que se repiten en diferentes individuos ante situaciones similares”. Lo mismo ocurre en la seducción.
En una entrevista a Rieznik emitida por Radio Mitre, afloraron dos de los mitos más repetidos sobre la ciencia de la seducción:
“Un hombre que utiliza técnicas de seducción no es genuino”.
Paradójicamente, esta frase suele provenir de las mujeres, quienes desde hace miles años se valen de múltiples artificios para generar atracción en los hombres. Ya sea el maquillaje, el perfume, unas calzas ajustadas o el último consejo de la revista Cosmopolitan, la mayor parte de las mujeres siempre ha utilizado técnicas de seducción de una forma más o menos consciente.
Como sostienen Rieznik y Tabaschek en su útlimo libro, aprender a seducir es como desarrollar cualquier habilidad: tocar la guitarra, jugar al tenis o conducir un automóvil. Al comenzar el aprendizaje, colocamos nuestra atención en las técnicas y nos enfocamos en aplicarlas cada vez mejor para obtener mejores resultados. Una vez que las técnicas son asimiladas, nos permitimos fluir habiendo incorporado todo lo aprendido en la práctica. A nadie se le ocurre que Federer está pensando en la forma de pegar un revés con slice mientras juega la final de Roland Garros. De la misma forma operan las técnicas de seducción: primero se entrenan, después se incorporan a nuestra cotidianidad.
“La seducción es un talento natural, no es algo que se pueda aprender”.
La principal respuesta a este mito proviene de la simple observación de la realidad. Miles de hombres en todo el mundo han perfeccionado su habilidad para seducir a través de libros, seminarios, etc. Más aún, miles de hombres han mejorado por sí mismos. Los libros y los cursos no son imprescindibles, pero como en tantas otras áreas del conocimiento, nos permiten avanzar más rápido y con más eficacia hacia nuestros objetivos.
Por otro lado, es innegable que ciertos individuos parecen tener una habilidad innata en lo que a seducción se refiere. En todo grupo de amigos, suele haber uno que se distingue por su facilidad para el levante y no son pocos los que se preguntan “¿qué tendrá…?”. Se trata de seductores natos que rara vez pueden explicarle a sus amigos cómo seducir, pero llevan a la práctica aquello que la ciencia de la seducción ha observado y conceptualizado. Sólo que esos seductores “naturales” lo hacen sin saberlo.
Queda para cada uno la decisión de mejorar, aprender y realizarse o dejar que los mitos se interpongan en un aspecto tan importante de nuestras vidas.

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